El Hombre de la Capa

El Hombre de la Capa

miércoles, 5 de mayo de 2010

LOS MANAZAS

Como hace un par de dias hable de los manitas, dedicandoles el elogio que se merecen, justo es que hoy tenga un recuerdo cariñoso, tierno y compasivo para los manazas, desdichado grupo de inútiles entre los que me encuentro. Lo reconozco con evidente rubor, aunque convencido de que eso de tener habilidad y gracia para los trabajos manuales constituye un don preciado que Dios, nuestro Señor, reparte según le place. Y no voy aqui a discutir su divino derecho a hacerlo así.

Porque no tengo ninguna duda de que se nace manazas, igual que se nace mañoso. Es decir, se trata de aptitudes o inepcias congénitas, imposibles de remediar con el tiempo, por mucho que uno se aplique. Valga un ejemplo personal:
Desde pequeñito no he conseguido clavar un clavo en la pared sin provocar dos consecuencias alternativas y, mas de una vez, coincidentes. La primera, aplastarme el dedo con el martillo, golpeandome la uña con saña. La segunda, destrozar el tabique, hacer saltar la pintura y abrir un boquete considerable, incluso en cierta ocasión de triste recuerdo, con rotura de una tuberia con la consiguiente inundacion y las prisas en buscar a un fontanero junto con un albañil.
Les doy mi palabra de que, durante años, quise esmerarme, adoptando toda clase de precauciones al tomar el martillo y golpear con él sobre la alcayata. Comenzaba haciendolo suavemente, casi con mimo y, como era normal, no conseguía introducirla en el tabique. Entonces, nublado el entendimiento, le atizaba un martillazo rotundo. Y sucedía lo antes dicho: me reventaba la uña o abria un butrón en la pared o las dos cosas al mismo tiempo. Por lo cual, haciendo total dejación de amor propio, decidí abandonar cualquier intento de colaborar en el ornato de mi casa; menos mal que me salio un cuñado manitas y él, cuelga los cuadros que da gusto verlos.
Recuerdo con parecido estremecimiento lo que sucedía cuando los fusibles no eran como ahora, que le le da a una clavija si saltan y todo arreglado. Me refiero a bastantes años atras. Entonces había que levantar una tapita de porcelana y enfrentarse con ciertos hilos electricos, hurgando en ellos. Siempre me daba el calambrazo y, por supuesto, no arreglaba el fundido. Mi hermana mayor era la que venia en mi auxilio ya que todavía a mi cuñado, no lo había conocido. Gracias tambien que en casa teniamos un portero-jardinero que era muy diestro y lo arreglaba todo en un santiamén.
Triste destino, pues, el de nosotros, los manazas: la familia nos desprecia, echandonos en cara que no servimos para nada, por brillantes que seamos en nuestra profesión habitual. Los amigos se pitorrean de lo inutil que somos. Ese amigo tan manitas que siempre tenemos, confirmaba entre sonrisas piadosas que éramos una calamidad, con lo facil que resultan hacer semejantes apaños. Y así un complejo de absoluta nulidad para cualquier asistencia doméstica acaba por apoderarse totalmente de nosotros.
¡Que le voy a hacer, si no tengo remedio!

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